Más historias de cementerios: Entre los indios y los chinos

Hace unos años, saltó la noticia de que en Seattle querían levantar un cementerio indio para hacer un campo de golf. Los indios se atrincheraron, formaron barreras y se armaron hasta los dientes para que nadie pudiera entrar. Fue terrible. Jugarían a la pelotita encima de todos aquellos fallecidos, pisoteando todas aquellas historias que ya eran historia. Querían pasar por encima de sus cadáveres, como yo hice cuando era pequeño (leer la entrada anterior del blog para posibles malentendidos), solo que ellos lo harían conscientemente, con mala leche indiferente. Al cabo de los años, fui a Seattle, y me enteré de que habían construído el campo de golf. La tierra de la libertad blanca y tintineante.

Cuando estuve allí, fui a visitar la tumba de Bruce Lee. Fue un momento muy emocionante. La tumba esta en el cementerio de Salk Lake City, y es un lugar tan grande como mi propia ciudad natal. Después de perderme, y volver a perderme, pregunté a un tipejillo bajo, con gorra, y con un gruñido me señaló la tumba; estaba justo detrás de mí. Era una lápida de color rojizo, y hay una foto de Bruce en la parte de arriba de la lápida, con sus famosas gafas anchas de sol, y mirando de perfil. Cuando llegué, había un grupo de chinos que también había ido a visitarla, y estaban realmente conmovidos.

Como de pequeño yo quería también ser chino, me ponía sus ropas anchas y oscuras para ir al colegio, con alpargatas negras, y me decían que estaba como una cabra. Y además comía con palillos. Por supuesto, cuando mis padres, alguna que otra vez, nos preguntaban a mis hermanos y a mí donde queríamos comer, yo siempre elegía un restaurante chino. Ahora, entre un grupo de personas que habían sido mi pueblo en la infancia, me sentí enternecido, delante de la tumba de un héroe perdido, y cuando ellos hicieron su saludo de respeto inclinándose delante de aquella lápida, yo hice lo mismo.

Me miraron extrañados, y se fueron con paso ágil. A lo mejor pensaron que estaba loco o algo así.

Yo me quedé allí un poco más.

Extracto de la novela "La ciudad del silencio", por David Bea

Ahora no se puede acceder a la fosa común

Me acabo de acordar de algo que me pasó cuando era pequeño con un conocido de la familia, un joven conflictivo al que mi padre –pastor protestante- estaba ayudando. Recuerdo que, paseando por un cementerio – ¿pero qué hacíamos allí?- me llevó a la fosa común, abierta por entonces, y donde echaban a los muertos que no habían tenido posibilidad de pagarse un rincón en este lugar. Nos acercamos, y no había ninguna valla que lo protegiese. Era un agujero lleno de montones de ropas, tierra, y alguna basura del lugar. De pronto, se subió encima de los montones y empezó a saltar. Yo no tenía ni idea de lo que hacía ni de dónde estaba montado.

- Corre, móntate, mira que blandito esta esto.
- ¿Qué hay debajo?
- Nada... pero corre, mira como boto.

Me subí al montón de “basura”, y tenía razón, botaba.

Así que allí estaba yo, encima de esos torsos desnudos, de esos brazos, piernas, cabezas, ropas y tierra, como si estuviera en una feria de barrio, encima de una cama elástica. Fue una sensación rarísima, y todavía, si me pongo, puedo recordar la sensación de lo que tenía bajo mis pies. Cuando se lo dije a mi padre, se puso terriblemente furioso. Me dijo que si yo sabía lo que había allí, yo le dije que no, y prefirió callarse, hasta algunos años después, que me lo dijo. Cuando lo hizo, me entraron escalofríos por todo el cuerpo, pensando la cantidad de personas muertas que había pisoteado en un momento.

Ahora no se puede acceder a la fosa común.

Extracto de la novela "La ciudad del silencio", por David Bea

Lo importante es ser consciente de ello

Cada verano lo encaro como un desafío (últimamente todo son desafíos) frente a ciertos personajes y/u obras a los que sé que tengo que decidar un tiempo especialmente extenso. Este año le ha tocado a la literatura norteamericana y británica contemporánea, pero sólo con autores muy reducidos y obras concretas que tengo pendientes.

Pero para empezar a situarme, y cómo ya había leído a algunos de esos autores elegidos, comencé un libro titulado "Hemingway contra Fitzgerald". No sabía dónde me metía. En sus páginas no sólo se hace un recorrido por la relación de estos dos autores, sino que, como buena biografía-ensayo que se precie, hace un recorrido por los diferentes temas que ayudan a entender el asunto en cuestión: La época, las circunstancias, personajes paralelos, y, sobre todo, varios estudios muy interesantes acerca de, por ejemplo, el alcoholismo en la literatura, la fama, la competitividad producida por una sociedad que sólo se centra en la figura y no en el arte, la formación de un escritor, etc...

Justo antes había leído la biografía de Anthony Burgess sobre Hemingway, y algunos libros más sobre él. También había quedado prendado, hace años, de "El Gran Gatsby" de Fitzgerald. Pero el autor del libro citado sobre estos dos escritores, Scott Donaldson, es perspicaz, honesto, profundo y ameno, y me los coloca en una dimensión más amplia y compleja.

Bueno, pues los libros se apilan sobre mi mesa casi por voluntad propia (la suya, aunque la mía colabora), y algunos ya leídos hace mucho más tiempo del que me gustaría reconocer. Es increíble cómo, a medida que pasa el tiempo, la relectura de libros que en su tiempo no te produjeron gran cosa, ahora cobren una importancia casi vital. La edad, la experiencia, la vida misma, te dan las claves para entender ciertas cosas.

Así que me zambullo es todo este itinerario vacacional, de precio muy económico pero de una influencia mucho mayor que el carísimo sol de un país donde los hoteles protegen a sus huéspedes para que no sepan la terrible pobreza que los rodea, y crean que el paraíso se paga a golpe de talonario. Mentira, mentira. El paraíso no existe en la tierra, y lo importante es ser consciente de ello.

Mientras tanto, "no te sientas incómodo; yo también he cometido errores". (F.S.F.).