El desafío nos conviene a los dos

Estoy paseando por las calles que me adoptaron durante mis días oscuros, que duraron un año. Hace tiempo que me sacudí el polvo de los zapatos, así que ahora, me es indiferente si alguien me grita en plena calle o me susurra desde un rincón. Ya sé donde voy, y de donde vengo (por ese orden) y en esas estamos.

Mi pasión por oler libros viejos (y, a veces, comprarlos), beber cerveza en solitario y/o mirar el mar ajetreado es proporcional a un dolor de cabeza realmente insoportable. Pero ahora, en este momento, soy feliz, degustando ese momento fugaz de eternidad, como díria Lewis. Y como la buena y la auténtica felicidad, me la bebo a grandes sorbos y de forma rápida antes de que se me escape en la siguiente parada.

Esta noche doy un concierto para unos amigos que no conozco de nada. No sé lo que esperan, pero seguro que no esperan lo que yo espero, y eso es bueno. El desafío nos conviene a los dos.

Barcelona, viernes 10 Julio 2009