"Ir a la deriva"


"Nunca te olvides ni de lo que he sido, ni de por lo que he pasado. Puede que lleguen, y subrayo que sólo he dicho "puede", momentos en que la tentación de "ir a la deriva", durante una hora, o un día, se asome. Y puede ser que caiga en ella. Toda mi vida me he dejado arrastrar a la deriva: la curiosidad, ese ardiente deseo de conocer" (Jack London a su mujer, Charmian)

Estas palabras se quedaron grabadas en mi cabeza hace ya algunos años. Y las traigo a colación porque me recuerda demasiado a ciertas sensaciones que he tenido en multitud de ocasiones. ¿La diferencia?: Que nunca me he dejado arrastrar por la deriva. He tenido la tentación, y he caido en ella, pero no dejándome llevar dentro de su laberinto de ansiedad y sufrimiento, sino luchando por vencer esa parte del viejo hombre que siempre me susurra en los odios, que me sopla en la nuca. Aunque he salido en muchas ocasiones centrifugado con aspecto de vagabundo desastrado recien apalizado, he aprendido grandes lecciones de ello. Ay! ese deseo ardiente deseo de conocer...

La vida de Jack es para hacer una película, y es extraño que no la hayan hecho ya (aunque viendo los biopics que asolan nuestras ruidosas salas de cine, mejor que se estén quietos. ¿Quién podría interpretar a este tipo, sino sólo el mismo?). Su muerte me recuerda a la de Hemingway, aunque la diferencia -vamos, la que me viene a la cabeza ahora mismo- es que el viejo "lobo" sufría dolores terribles, mientras que H. se pegó un tiro para evitarlos.

(Veo el escenario en penumbra, el murmullo respetuoso de la gente con cierta tensión ante una experiencia en comunidad que puede ser única, y oigo una guitarra acústica, haciendo finger-picking, con una armónica pintado delicadamente los detalles de una obra de colores apagados, pero densos. Algo que no se puede expresar con palabras; el auténtico éxito, del que tanto se hace referencia, no tanto como el conseguir la expresión más pura y sincera como para coger la varilla de medirse el ego.)

Jack London, el soñador americano, el vagabundo, el buscador de oro, el guarda y el ladrón. Siguiendo sus pasos boxeé durante dos años, hasta que me rompieron una costilla y estuve tres meses durmiendo de pie. El hombre que consiguió que engordara trece kilos, huyendo de los perfiles almidonados y exagerados de los artistas en horas bajas (para algunos en la excelencia de su obra). La verdad es que después volví a perderlos, pero aquel tiempo me sirvió para aprender una cosa -entre otras-: Que entre el Ulises de Joyce y el de Homero, me quedo con éste (si es que tiene algo que ver con lo anterior, o con lo próximo, que sé yo a las 2.00 h. de la madrugada)

Por cierto, Advero, expulsa esa acidez antes de que te consuma, o consumas a otros. No te recomiendo ninguna medicina para ello; simplemente, escupe. Los demás ya nos encargaremos de analizar los jugos. Aunque para entonces ya estarás lejos, como yo...